miércoles, 3 de julio de 2019

El español en Filipinas. Un idioma de Estado

 Carlos Madrid Álvarez-Piñer
Instituto Cervantes de Manila



«El castellano es, en Filipinas, un elemento de continuidad», decía en 1931 el intelectual filipino Teodoro M. Kálaw.1 Tomando esta frase como punto de partida, una reflexión acerca de cómo el español tuvo un importante papel en la configuración y desarrollo del estado filipino puede servirnos para hacer una aproximación a por qué el español de Filipinas permanece, por qué en la forma en que lo hace, y sobre todo qué papel puede jugar este idioma en el futuro del país.
Cuando se votó en contra de la inclusión del español entre los idiomas nacionales del país en la Comisión Constitucional filipina que en 1986 preparaba la redacción de la nueva carta magna, como veremos se hizo tras un debate sobre la relevancia histórica que nuestro idioma tenía en Filipinas. Esta decisión supuso un paso más en el lento retroceso del español, al que se añadiría en ese mismo año la eliminación de su aprendizaje obligatorio en los estudios universitarios. No sería hasta más de veinte años después, en 2007, cuando se reabrió el nuevo horizonte en el que nos encontramos ahora, con respecto a la enseñanza pública del español.
Debe tenerse presente que ha habido en España una percepción algo distorsionada sobre el alcance de la lengua española en Filipinas, llevando a percibir como una pérdida lo que en realidad siempre fue una presencia cuantitativamente menor, pero cualitativamente importante, contexto en el que se definió Filipinas como estado por primera vez.2
Durante la larga presencia española, entre 1565 y 1898, la política lingüística en el archipiélago filipino fue inconexa y desigual. La naturaleza misma de la primera colonización, centrada con respecto a los habitantes en la conversión religiosa y en la exacción de tributos, favorecía y obligaba a una política de adaptación lingüística, de traducción y comprensión de los idiomas locales, que no solo generó una bibliografía sobre gramática y vocabularios indígenas de extraordinario valor etnográfico, sino una dinámica de interacción cultural que serviría de poso sobre el que las siguientes generaciones, apropiándose en mayor o menor medida de la cultura dominante, construirían su identidad nacional.
Durante la larga presencia española, entre 1565 y 1898, la política lingüística en el archipiélago filipino fue inconexa y desigual. La naturaleza misma de la primera colonización, centrada con respecto a los habitantes en la conversión religiosa y en la exacción de tributos, favorecía y obligaba a una política de adaptación lingüística, de traducción y comprensión de los idiomas locales, que no solo generó una bibliografía sobre gramática y vocabularios indígenas de extraordinario valor etnográfico, sino una dinámica de interacción cultural que serviría de poso sobre el que las siguientes generaciones, apropiándose en mayor o menor medida de la cultura dominante, construirían su identidad nacional.
Una Real Cédula de Felipe IV, el 2 de marzo de 1634, instaba a las autoridades eclesiásticas en Filipinas a favorecer la enseñanza del castellano a la población indígena cristianizada. El rey Carlos II, el 20 de marzo de 1686, disponía «que los indios sepan la lengua castellana», con objeto de poder facilitar sus quejas a la Corona sin necesidad «de los intérpretes, que puedan cambiar la traducción».3 Casi un siglo después, durante el reinado de Carlos III, una política de erradicación tomó forma, entre otras, con la Real Cédula del 16 de abril de 1770, que disponía la extinción de los diferentes idiomas, de manera «que solo se hable el castellano».4 Justo es decirlo, se trató de una disposición gubernativa de amplio espectro que preveía también el establecimiento de escuelas en cada núcleo de población. Estos esfuerzos por extender el castellano erradicando los idiomas locales fueron una expresión ocasional, más que una política específica y sistemática para hacerlos desaparecer. Abundaron los decretos que disponían la enseñanza del español, pero no fueron cumplidos.5
Es con el lento avance del estado colonizador y sus estructuras de gobierno (Casa Real, Iglesia, Escuela), en los siguientes dos siglos de presencia española, cuando la extensión del idioma castellano se convirtió en un tema sensible, con medidas más o menos activas por parte de los colonizadores para extender su uso, y reacciones en favor o en contra por parte de los colonizados. En el siglo xix, tras la liberalización de la economía filipina, que entre otras cosas dio pie al desarrollo de una clase burguesa local, el intelectual filipino José Rizal y la burguesía indígena y mestiza de los sectores urbanos de Filipinas centraron parte de sus reivindicaciones políticas en protestar contra la no enseñanza del español.6 Aunque su enseñanza obligatoria había quedado recogida en el Real Decreto estableciendo un plan de instrucción primaria en Filipinas, de diciembre de 1863, bajo la recomendación del ministro de Ultramar José de la Concha,7 en buena medida hubo una práctica que mantuvo a los filipinos al margen del aprendizaje del español a causa de una frágil implantación en el país en el momento de la independencia, contrarrestada únicamente por la necesidad de servirse de un idioma común entre las distintas islas que conforman el archipiélago. En ese sentido, el español era la única lengua franca.

El español frente al tagalo. Dos idiomas en pugna

La sociedad multiétnica de Filipinas aspiró, dirigida por esa burguesía tagala de las provincias de Luzón más cercanas a Manila, a partir de los últimos años del siglo xix, a la construcción de un estado independiente, una vez fracasados los esfuerzos por recuperar la representación política en la metrópoli.8 Su aspiración por conseguir unas estructuras de gobierno y una división de poderes era heredera del mundo occidental, pero se forjó no obstante creando una identidad nacional que buscaba aunar los pueblos indígenas del país, tagalos, bisayos y demás etnias del archipiélago, históricamente apartados de la toma de decisiones generales durante los siglos que duró la colonia.
La propia aspiración a tener un estado representativo y garante de las libertades individuales a través de un texto constitucional era una herencia directa e inequívoca de las reivindicaciones del liberalismo político de la metrópoli, una aspiración nacionalista con amplio respaldo popular sin parangón en las tradicionales sociedades indígenas del archipiélago filipino ni en las del sudeste de Asia, en las que el poder, el conocimiento y las decisiones colectivas se distribuían de formas muy diferentes y variopintas, y en las que apenas existía un sistema educativo centralizado y reglado.9
El vocabulario político del independentismo filipino, su constitucionalismo y la articulación de las aspiraciones políticas partían lógicamente del liberalismo constitucionalista español. La Constitución filipina de Malolos, en 1899, primera constitución republicana de toda Asia, era un calco en su enumeración de los derechos civiles y políticos de la Constitución española de 1869. El malogrado texto constitucional de Biak-na Bató, en 1896, seguía en prácticamente todos sus artículos el texto de la Constitución cubana de Jimaguayú, lo que revela los extensos vínculos políticos entre Cuba y Filipinas.10
Al mismo tiempo, como resistencia ante la identidad española que proyectaba una superioridad legal y moral desde el poder colonial, la identidad indígena asiática y mayoritariamente tagala era reivindicada con iniciativas de distinto cariz, como el cambio temprano de la grafía de palabras castellanas (Komandante, Kapitan), que parecen reflejar una apropiación y modificación de los aspectos formales y lingüísticos de las categorías del liberalismo europeo y sus estructuras de poder, para subrayar la identidad propia y hacer así coherente un discurso que en la práctica compatibilizaba dos extremos que eran supuestamente irreconciliables: la identidad indígena filipina y la validez de las estructuras de gobierno españolas y buena parte de sus códigos legales. La deuda con el legado español siempre fue reconocida, pero la voluntad de encontrar una identidad propia puso límites a dicho reconocimiento. Los delegados del Congreso de Malolos, que redactaban la Constitución de Filipinas, rechazaron el borrador presentado por Pedro Paterno porque resultaba demasiado parecido a la Constitución española de 1869.11
La necesidad de servirse de las herramientas heredadas de los españoles —y el idioma era una de las más importantes— era complementada tomando para el nuevo gobierno elementos culturales o políticos españoles. El compositor filipino Julián Felipe, autor de la música del himno nacional de Filipinas compuesto en 1899, tomó de la Marcha Real los primeros compases.12 Aunque en un principio carecía de letra, se adaptó un año después un poema de José Palma titulado Filipinas, que sería traducido al inglés pocos años después. Significativamente, al tagalo no se tradujo hasta la década de 1940, en plena ocupación japonesa.
La identificación temprana con el constitucionalismo europeo era lógica. Pero, ¿y el idioma? Una lectura detallada de las normativas y los textos políticos (como discursos, proclamas y reivindicaciones de la incipiente república filipina) revela un temprano uso reivindicativo del tagalo frente al español. El órgano impreso de la organización armada Katipunan, el malogrado periódico Kalayaan, estaba escrito íntegramente en tagalo, como en tagalo estaba un primer himno Marangal na Dalit, encargado por el líder del Katipunan Andrés Bonifacio, aunque pronto tendría versión en español.13 La Constitución de Malolos estaba en español, pero eludía definir el idioma oficial. De forma ambigua, lo que su artículo 93 hacía era otorgar libertad sobre el empleo de las lenguas usadas en Filipinas, sin obligación de utilizar una determinada. Dicho uso solo podría regularse mediante una ley, que únicamente reglamentaría el idioma en el ámbito de los actos oficiales y en el judicial. Mientras llegaba esa ley, para dichos ámbitos se usaría «por ahora» la lengua castellana.14
Esa cierta resistencia de los revolucionarios filipinos a adoptar el castellano como idioma oficial contrasta con lo necesario que resultaba su uso, especialmente cuando se requería una difusión de pasquines reivindicativos,15 o en periódicos como República Filipina, La Revolución, La Independencia, todos escritos en español. El castellano se hablaba como una expresión cultural madurada durante tres siglos, asumida como propia por una inmensa minoría de la población, y en todo caso era el único idioma que servía de lengua franca en el momento de la revolución. Cabe enmarcar la resistencia a adoptar oficialmente el español en el hecho de que su no enseñanza y su obligatoriedad tardía habían sido un problema del Gobierno colonial. Contra esas decisiones y la autoridad que las emitía, allí donde los nacionalistas filipinos hispanohablantes se habían enfrentado desde la política, los revolucionarios tagalohablantes se enfrentaban ahora en el campo de batalla.
Incluso la Constitución filipina de 1935, aunque estaba redactada en español y en inglés, decía en su artículo XIII, punto 3.º, que se adoptaría «una lengua común nacional, basada en una de las lenguas nativas existentes», y que el inglés y el español se mantendrían únicamente «hasta que la ley no disponga otra cosa».16
La progresiva identificación de lo tagalo con lo filipino se dio en una lenta dinámica de construcción identitaria durante el siglo xx.17 La elección del tagalo comoidioma nacional llegó el 13 de diciembre de 1937 con el decreto presidencial del presidente Quezón, quien entre su exposición de motivos citaba el hecho de que el tagalo era el idioma de los revolucionarios, aunque el español fuera el idioma más hablado durante la independencia.18 La Constitución de 1943, bajo el Gobierno japonés, anunciaba que el tagalo sería desarrollado como futuro idioma nacional.

Evolución del español en el siglo xx

La realidad del español en Filipinas es que nunca se habló del todo, y nunca se perderá del todo. La política colonial de enseñanza del español no logró su objetivo por distintos motivos: la falta de recursos y la oposición de algunos sectores impidieron su aplicación íntegra. El fracaso de la independencia filipina frente a los Estados Unidos y la identificación del español con la clase económica dominante son los otros factores a tener en cuenta.19
A mediados de la década de 1880 se calculaba que eran 200.000 los filipinos hablantes de español, es decir, un 3,3% de los seis millones de habitantes citados en el Censo Oficial de 1887.20 Habiendo prácticamente el mismo número de hombres que de mujeres, había más hispanohablantes entre los primeros que entre las segundas: aproximadamente un 3,3% de los hombres, frente a un 2,12% de las mujeres.21 En los últimos años de la época española estas cifras aumentaron espectacularmente hasta superar el 10%, si bien el censo de 1918 arroja un 7,5% de población hispanohablante, es decir, 757.463 hablantes sobre 10 millones de habitantes. En 1939 dicho porcentaje se había reducido al 2,6%.22
Pero ya en aquellas primeras décadas del siglo xx, antes de la invasión japonesa, todos los grandes escritores, políticos y oradores de la Filipinas de la primera mitad del siglo xx, que se servían del español para expresarse, además del tagalo y del inglés, se referían al español como idioma en retroceso, a la defensiva, por cuya conservación debían ser proactivos:
Somos ya tan pocos los cultores del idioma castellano en este país, que el vacío dejado por unos debe ser inmediatamente ocupado por otros [...] Laboramos en medio de la desalentadora indiferencia oficial, y sin la presencia ni el aplauso estimulante de la multitud, que en años pasados fue acogedora y magnánima.23
[...] estamos muy solos y somos tan pocos que casi los simpatizadores y propulsores del hermoso romance castellano se pueden contar con los dedos. ¡Ved los teatros! Se anuncia una función teatral en castellano y da frío entrar al coliseo.24
La conservación de la lengua española al lado de la inglesa y de una autóctona no es un obstáculo para el desenvolvimiento de una cultura nacional vigorosa y característica. 25
El diplomático argentino Ramón Muñiz Lavalle, en su reportaje de 1936 sobre Filipinas, compartía el lamento de Rafael Palma, a la sazón presidente de la Universidad de Filipinas: «Nuestras aulas de castellano están casi vacías. El interés por este idioma es el capricho de unos pocos que quieren figurar en sociedad».26 La pesimista visión de Muñiz y Palma debe entenderse también en su justa medida: el pesimismo puede deberse a que se producía en un contexto de rápido retroceso, pues en la época en que el primero escribió su reportaje los datos estadísticos revelan que numerosos y determinantes segmentos de la población podían entender y hacerse entender en español.
No fue el idioma de la clase popular fuera del ámbito urbano, ni mucho menos en las zonas rurales de Filipinas. El español era, junto con el inglés, el idioma de la clase profesional, universitaria, intelectual, política y comercial: Enrique Laygo, Antonio Abad o el gran Jesús Balmori, fundador en 1924 de la Academia Filipina de la Lengua Española. El Premio Zóbel, establecido en 1920 por el empresario y mecenas hispano-filipino Enrique Zóbel de Ayala, se estuvo otorgando regularmente, aunque entre crecientes dificultades, hasta el año 2001 en que se entregó por última vez.27
Ese lento decrecimiento del español se produjo por el fracaso de los distintos esfuerzos del sistema de enseñanza por mantener el español, pues las leyes eran decisiones políticas que contrastaban con la escasez de profesores y metodología para ponerlas en práctica. Ejemplo de ello fueron la Ley Sotto (1949), sobre el aprendizaje del español como asignatura optativa en las escuelas secundarias;28 la Ley Magalona (1952), por la que, además de evitar que se ofrecieran títulos universitarios si la asignatura de español no estaba incluida en el currículo, se hacía de ésta materia obligatoria (12 créditos durante dos años seguidos) en todas las universidades del país, públicas o privadas,29 y la Ley Cuenco (1957),30 que no estuvo exenta de polémica: la propuso el congresista cebuano Miguel Cuenco,31 y aunque aumentaba a 24 los créditos obligatorios de español para quienes estudiaran las carreras de Derecho, Comercio, Humanidades, Servicio Exterior y Pedagogía, establecía como condición que se incluyera el estudio en el español original de varias obras seminales de los padres de la República Filipina, específicamente Memorias de la Revolución Filipina de Apolinario Mabini, los discursos del Congreso de Malolos y los poemas de José Rizal y otros grandes poetas. El recurso al aprendizaje memorístico, sumado a la falta de profesorado cualificado y a un alumnado que se resistía a cargarse de más asignaturas, crearon quejas y manifestaciones para lograr su eliminación.32 En 1967, cediendo a las protestas, se redujeron a 12 los créditos obligatorios.
La Constitución de 1973, en plena dictadura de Ferdinand Marcos, trató de extender una identidad lingüística común decretando la creación de un idioma «filipino», que en esencia añadía al tagalo guiños léxicos de otros vernáculos de Filipinas. Se mantuvo la oficialidad del español, reducida a la mínima expresión mientras no se tradujeran los miles de documentos históricos depositados en los archivos nacionales de Filipinas.33 Con todo, el ascendiente histórico del idioma español sobre la identidad filipina, innegable, se reconocía manteniéndose la obligatoriedad de aprenderlo en la universidad, aunque manteniéndolo únicamente en 12 créditos. El español seguía siendo el idioma de la jurisprudencia, y en el ámbito de la medicina y la farmacia también se revestía de especial importancia en universidades como la de Santo Tomás, pero quedó desplazado como idioma que articulase a la nación en torno a un lenguaje común. Entendemos por tanto que el español retrocedió en Filipinas por haber perdido en la pugna frente al tagalo como idioma oficial del Estado, además de frente al inglés.

El español entre 1986 y 2007

El debate constitucional de 1986 presenta un particular interés para entender la situación del idioma español en la última década del siglo xx, pues en el seno de dicha comisión tuvo lugar el que por el momento es el último debate oficial acerca de mantener el español como idioma oficial de Filipinas. Es allí donde encontramos más testimonios de la pugna permanente entre el tagalo y el inglés, frente a la necesidad de reconocer el papel del idioma español en el estado y los esfuerzos por no perder la oficialidad del español, defendido por algunos de los grandes juristas del país, muchos de los cuales habían sido formados académicamente en dicho idioma. En el día a día de ese amplio debate en el que la Constitución filipina de finales del siglo xx estaba tomando forma, puede detectarse que el español no había desaparecido de la escena política.
La comisión se reunió entre el 2 de junio y el 15 de octubre de 1986 bajo la presidencia de la prestigiosa jurista Cecilia Muñoz Palma y la vicepresidencia del senador Ambrosio B. Padilla. Ambos, hispanohablantes, como no pocos de los comisionados. El idioma de la comisión, hablado por la totalidad de sus integrantes, era el inglés. Durante el debate sobre la pertinencia de mantener la oficialidad del español, así como de mantener su enseñanza en el sistema público de educación, la comisionada Felicitas S. Aquino, abogada de formación, se expresó vehementemente en contra, haciendo una exposición de agravios achacados al castellano. Su argumentación resultó provocativa incluso al propio vicepresidente, Ambrosio B. Padilla, que pidió el uso de la palabra y replicó a Aquino de forma tajante, clara, y además expresándose en español, tal y como recogen las actas de la Comisión Constitucional:
Mr. Presiding Officer, quisiera hablar a favor y en apoyo de la sugerencia de enmienda de los señores Rodrigo y Ople, y atendiendo a las manifestaciones del señor Tingson, de los escritos de nuestros padres, particularmente las novelas inmortales de nuestro héroe nacional Noli Me Tangere y El Filibusterismo, y otras poesías de mucho valor patriótico, como Mi Último Adiós y Mi Retiro.
Quisiera añadir, que de los legados históricos de nuestra Madre España, son nuestro Código Civil y Código Penal, que están basados en los códigos de España. Si nuestros estudiantes de derecho pueden leer y comprender la lengua española y los escritos y comentarios de los autores españoles, como Manresa en el Código Civil, y Viada en el Código Penal, nuestros abogados en derecho civil y derecho penal serán mejor preparados y por eso, pido que la Comisión apoye la enmienda en favor de la lengua española. Muchas gracias. 34
El problema de comunicarse en español queda reflejado en la dificultad evidente a la hora de transcribir las palabras del orador. Una de las comisionadas (Minda Luz M. Quesada) le pidió que repitiera sus palabras, a lo que Padilla respondió repitiendo su mensaje en filipino, no en inglés.
Durante los numerosos debates sobre los demás temas, más allá de referencias puntuales al pasado colonial, se citaron ocasionalmente frases en español, fragmentos del poeta Antonio Machado —y sus versos «caminante no hay camino, se hace camino al andar», como hizo el comisionado García35— y ocasionalmente refranes en español —«cuentas claras», dijo el comisionado Villegas,36 o «a grandes males, grandes remedios», según el comisionado Sarmiento37—. La Constitución española de 1978 fue citada en varias ocasiones por lo que respecta a las Autonomías, y el País Vasco fue puesto como ejemplo de desórdenes causados por la falta de autonomía.38 Al citarse artículos de la joven Constitución española (el 143 en concreto), se hizo en inglés.39
Más allá de lo anecdótico, la Comisión Constitucional de 1986 recogió un debate formal sobre la oficialidad del español. La Confederación Nacional de Profesores de Español, Inc. envió una carta a través de su presidenta Rosario Valdés-Lamug, urgiendo a la Comisión Constitucional a incluir el español como uno de los idiomas oficiales de Filipinas.40 Otra de las iniciativas partió del veterano político Miguel Cuenco, autor de la citada ley que había llevado su nombre. A sus ochenta y dos años, y a pesar de que no formaba parte de la comisión, presentó una propuesta para hacer del español el idioma oficial de Filipinas. La propuesta incluía otras iniciativas y recibió el apoyo inicial de dos comisionados, el obispo Teodoro C. Bacani, que pronto se desmarcó de la misma, y el comisionado Regalado E. Maambong. La comisión ya había avisado al Sr. Cuenco de que el tema del idioma nacional no sería incluido en el informe final. No obstante, ya que cualquier ciudadano filipino tenía la prerrogativa de presentar propuestas, y el Sr. Cuenco había obtenido la firma de dos comisionados para la suya, la proposición fue leída por el comisionado Villacorta, aunque a regañadientes.
El Sr. Cuenco planteaba que las horas de máxima audiencia en las televisiones públicas se destinaran a programas en español, y que se emitieran también en las televisiones de los países de América Latina. A ello hay que sumar la propuesta de que se impartieran cursos de periodismo en español en las universidades de UPI, Santo Tomás y San Agustín de Iloílo, para lo que planteaba solicitar ayuda del Gobierno español de modo que se impartieran dichos cursos en el Centro Cultural de España, antecesor del Instituto Cervantes de Manila. Se proponía también la enseñanza obligatoria del español en los dos primeros años de enseñanza secundaria, tanto pública como privada. Dichas propuestas fueron descartadas.41
En el artículo XIV, sección 7.ª, se hacía referencia a que el español y el árabe se promoverían, aunque a título voluntario. Los idiomas en los que se traduciría oficialmente la Constitución filipina fueron objeto de debate la jornada del 1 de septiembre de 1986 y siguientes.42 Aunque hubo una mayoría a favor de su traducción al español y al árabe, y su traducción a ambos idiomas está efectivamente prevista en el artículo XIV, sección 8.ª, hoy día no existe traducción oficial al español.
Pasados ya más de 30 años desde entonces, para buscar puntos de contacto que definan el castellano de Filipinas en los últimos 250 años, más allá de la frontera cronológica, encontramos tres características determinantes:
1) En primer lugar, el español en Filipinas ha sido esencialmente un idioma urbano. Frente al ámbito rural, en pueblos, aldeas y rancherías de las provincias del país, donde el español era mucho menos conocido, encontramos que el español se había extendido entre aquella población urbana que había recibido educación formal hasta niveles superiores o que tenía acceso a oportunidades comerciales, ausentes en el ámbito rural. Siendo un idioma urbano, fue también un idioma de la burguesía y de las clases más influyentes.
2) Una segunda característica esencial resulta como consecuencia de lo anterior: el español ha sido un idioma de Estado, de los padres de la nación, tal y como hemos visto. La continuidad de uno ha sido vista como la continuidad del otro, lo que ha jugado a favor del español.
3) El tercer rasgo fundamental del español en Filipinas, que define su perfil durante el siglo xx, es el de la escasez de profesores de español que lo pudieran transmitir. La eliminación de la obligatoriedad del español en la universidad, que dejó sin empleo a cientos de profesores de español, tuvo que jugar un papel determinante en la escasez posterior.
Esta situación comenzó a cambiar en 2008, durante la administración de la presidenta Gloria Macapagal Arroyo, quien anunció la reintroducción del español como idioma optativo en el sistema público de enseñanza secundaria.43 El año anterior se había firmado el Acuerdo de Cooperación Cultural, Deportiva y Educativa entre el Reino de España y la República de Filipinas, cuyo artículo VI establece que ambas partes, conscientes de la importancia de sus lenguas respectivas como vehículo de transmisión de la cultura, colaborarán para el despliegue de herramientas y programas destinados a su enseñanza. Un Memorando de Entendimiento para la Mejora y Promoción de la Enseñanza de la Lengua y Cultura Españolas se firmó en febrero de 2010, seguido en octubre de 2012 por otro Memorando de Entendimiento entre el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, el Instituto Cervantes, la AECID y el Departamento de Educación de Filipinas, sobre la Formación de Español para el Profesorado de Secundaria en Filipinas.
En ese marco se inició un Programa de Formación en Lengua Española para Profesores Filipinos de Educación Secundaria, con el objetivo de reintroducir el español como materia optativa en la enseñanza secundaria de todo el país. Se programó formar a un contingente de profesores filipinos de enseñanza secundaria pública en el conocimiento de la lengua española, hasta alcanzar un nivel mínimo de B1 según el Marco Común Europeo de Referencia y, en los casos en que fuera posible, un B2. Hasta 2017 hubo 610 participantes, algunos de los cuales repetían en distintos años. A los cursos presenciales del Instituto Cervantes, se añadían los cursos de actualización didáctica impartidos por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España, en colaboración con la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, además de incorporarse algunos docentes como alumnos a diversos Másters en Enseñanza de Español como Lengua Extranjera y Lingüística en otras universidades españolas.
Como resultado, con un nivel de aplicación relativamente alto en parte de las 80 escuelas del Ministerio de Educación de Filipinas seleccionadas, habiéndose conseguido la reintroducción del español como asignatura optativa en las mismas, es de prever que la enseñanza del español continuará la evolución creciente que ha manifestado en las últimas décadas.44 Sin soluciones mágicas que a corto plazo eviten la tradicional falta de profesores de español que sufre Filipinas, el continuado compromiso por parte de España es esencial para paliar esa situación. Solo una decidida política de apoyo y cooperación podrá contribuir a promover el español en Filipinas. Es de desear que en un futuro se incorporen a dicha política naciones como Colombia, México y los demás países de habla hispana con relaciones bilaterales fluidas con Filipinas.

El español en Filipinas ante un nuevo horizonte

Con la tercera década del siglo xx a punto de comenzar, el español en Filipinas pervive en tres ámbitos muy concretos: a) en el propio idioma tagalo; b) anclado en determinadas instancias oficiales, y c) entre los miles de hispanohablantes, tanto nativos como estudiantes de español. Veamos brevemente estos tres ámbitos.
En primer lugar, el español se fundió en el idioma nacional de Filipinas. Sobrevive en el 20% de su vocabulario, además de en otros vernáculos como el ilocano, el bisayo, el cebuano, el ilongo y en la práctica totalidad de todos los demás. Hay en el tagalo formas verbales congeladas, letras de canciones, parte del folclore, expresiones en español o traducidas literalmente al tagalo, etc.45 La herencia léxica del español es uno de los denominadores comunes que tienen todas las lenguas vernáculas de Filipinas.
Entre el filipino y el español puede decirse que hay una tendencia similar a la que existe entre el español y el latín, según la cual los hablantes identifican los nombres en latín como sinónimo de prestigio y raigambre. Hoy día, la familiaridad con el idioma español encuentra su reflejo en tagalo en expresiones idiomáticas de todo tipo, tanto literarias o presentes en los textos oficiales como en el habla popular, así como en asociaciones, establecimientos e instituciones de todo tipo, desde organismos oficiales (Bangko Sentral, Kawanihan Rentas Internas, Sentro Rizal, que son adaptaciones al tagalo de nombres en español: Banco Central, Rentas Internas y Centro Rizal) a asociaciones de toda índole (Fundación de Damas Filipinas, Asociación de Damas Filipinas, Gran Logia Nacional de Filipinas, Casino Filipino, Casino Español, Asociación de Abogadas Filipinas —ya extinta—, Corporación Nacional de Profesores Filipinos de Español, Los Cantantes de Manila, etc), iglesias o grupos religiosos (Unión Espiritista Cristiana de Filipinas, Iglesia Filipina Independiente), bancos, empresas y establecimientos comerciales (Banco de Oro, Banco de Calamba, Panaderia de Molo, Pan de Manila, Museo Marítimo, Museo de Baler, Las Casas Filipinas de Acúzar, Las Palmas Hotel de Manila) y, por supuesto, establecimientos educativos (Escuela de Artesanías de las Islas Filipinas —en Iloílo—, Colegio de San Juan de Letrán, Ateneo de Manila, Ateneo de Zamboanga, Universidad de Manila, Universidad de San Carlos, Universidad de Santa Isabel, Universidad de San Agustín, Colegio de Santa Teresa, Asilo de San José), entre un sinfín de ejemplos en que se titulan en español determinados ámbitos, precisamente porque se subraya su esencia filipina. Es en el marco de dicha supervivencia del español en el idioma tagalo en el cual la Academia Filipina de la Lengua Española, que a día de hoy cuenta entre sus miembros con intelectuales filipinos de gran prestigio, puede encontrar un encaje oficial en colaboración con la Comisión del Idioma Filipino o Komisyon sa Wikang Filipino.
En segundo lugar, quedan instancias en las que el español sigue teniendo carácter específico, semioficial, aunque de forma testimonial, como la ya citada referencia pasajera en el artículo XIV, sección 7.ª, de la Constitución de 1986, sobre la promoción voluntaria del español y el árabe. Sigue vigente la Ley de Naturalización de Filipinas, cuya sección 2.ª, punto 5.º, especifica que hablar o escribir español capacitan para ser naturalizado ciudadano filipino: concretamente hablar y escribir inglés, español, o uno de los idiomas del país.48 Al menos una entidad del Gobierno de Filipinas mantiene correspondencia oficial en español con sus contrapartes hispanohablantes, como es el Archivo Nacional de Filipinas, bajo la dirección de Victorino Mapa Manalo. Los datos de contacto y encabezado del papel oficial del Ayuntamiento de Zamboanga están en castellano («República de Filipinas. Ayuntamiento de Zamboanga. Oficina del Alcalde»). En 2013, en español se denominó oficialmente una provincia de nueva creación: Davao Occidental.47 En el Ministerio de Asuntos Exteriores de Filipinas el español no recibe una consideración distinguida, aunque se ofrecen clases de español en su Foreign Service Institute, y es el idioma que recibe más demanda, junto con el mandarín. Cabe pensar que Filipinas decidirá hacer del español un idioma necesario para su propio servicio diplomático, como una herramienta más con la que servir de puerta de Asia para la comunidad de países de Iberoamérica. Y, por último, en el sistema judicial de Filipinas buena parte de la jurisprudencia quedó registrada en español hasta mediados del siglo xx, lo que requiere teóricamente que los profesionales del derecho tengan algo de conocimiento del español, suficiente para poder interpretar y referirse a la jurisprudencia filipina escrita en español. La jurisprudencia tiene un papel de capital importancia, pues Filipinas heredó del sistema español el sistema de códigos civil y penal, pero combinándolo con el sistema anglosajón del derecho común heredado de los Estados Unidos.
En tercer lugar, además de los 33.600 estudiantes de español que había en 2016 en Filipinas, así como unos 3.000 hablantes nativos de español, la cifra llega a los 461.689 si incluimos a los hablantes de chabacano.48 Existen además otros hispano- hablantes no recogidos en las estadísticas, que son aquellos a quienes el que fuera ministro de Educación de Filipinas Andrew González definía como «con competencia pasiva» en español: personas que lo entienden, pero que no pueden elaborar frases complejas en sus respuestas.49 Además, debe tenerse presente que la práctica totalidad de filipinos con estudios universitarios mayores de cincuenta años tienen someras nociones de español, pues recibieron los 12 créditos obligatorios vigentes hasta 1986. Solo en el curso inmediatamente anterior, 1984-1985, hubo 1.730.000 filipinos cursando estudios universitarios, que por tanto recibieron los 12 créditos de español como lengua extranjera.50
En los veinte años que median entre 1996 y 2016 se pasó de una cifra estable de unos 20.400 estudiantes de español, entre 1996 y 2006,51 a los 33.600 hablantes citados. La sede en Manila del Instituto Cervantes, que pasó de registrar 2.283 matrículas en 2001 a 3.697 en 2003, es hoy día el principal centro de aprendizaje de español, ocupando además el segundo puesto en número de horas/alumno de la red del Instituto Cervantes. El sistema pedagógico actual, dinámico e interactivo, ha cambiado mucho con respecto el que se encontraban quienes aprendieron obligatoriamente los 12 créditos de español.52
El Instituto Cervantes de Manila tiene aprobadas, además de una segunda sucursal en el barrio histórico de Intramuros, en marcha desde 2018, dos extensiones para el futuro. En Cebú, en cuya Universidad de San Carlos se imparte español, ha existido hasta 2017 cierto interés por establecer clases de español por parte de la Universidad Normal de Cebú, donde la AECID ofreció un quinto lectorado desde 2017 que vino a sumarse a los otros cuatro existentes en otras tantas universidades de Manila. Este aumento ha permitido, no sin dificultades, ampliar el horizonte de acción de la promoción del español en dicha ciudad. En este ámbito, el éxito o fracaso dependerá en buena medida del partido que las diferentes contrapartes locales sepan sacar a estos recursos que la Cooperación Española pone a su disposición. El programa de auxiliares de conversación que el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España tiene en activo en Filipinas, gestionado por la Asesoría de Educación de la Embajada de España, es uno de los activos más importantes para la difusión del español, cuya pervivencia es esencial. El problema estructural de la difusión del español ha sido, y sigue siendo, la escasez de profesores; para hacerle frente el período prolongado de inmersión lingüística que ofrece dicho programa contribuye a formar eficazmente docentes filipinos de español.
Al igual que el español fue perdiendo su preeminencia en la sociedad filipina según fue disminuyendo el número de habitantes que habían recibido toda o buena parte de su educación en español, es de prever que la variedad dialectal del español que sigue existiendo en Filipinas, ya de forma casi residual, desaparezca como lengua viva en los próximos treinta años. Pero sobre el español aprendido como segunda lengua la demanda seguirá creciendo en la medida en que la clase media siga aumentando. Y siguen contándose por millones los filipinos que están familiarizados someramente con el español: en 2018 cumple cincuenta años la última generación de estudiantes que recibió formación universitaria con 12 créditos en español obligatorio.
Y de cara a las próximas décadas, ¿qué podemos anticipar? El español seguirá en aumento, especialmente si resulta provechoso a quienes lo estudian. Paradójicamente, aprender español resulta hoy día muy rentable en Filipinas, pues se valora el conocimiento del idioma en sectores como el de los centros de llamadas, ya que al ser escasos los hablantes con dominio del español su trabajo se cotiza más alto.53 A este respecto, se está entrando, no obstante, en un cambio de ciclo, que va a afectar a la demanda de español a largo plazo: los centros de llamadas están cambiando su modelo de negocio ante el avance de la inteligencia artificial, que en ciertas instancias ya sustituye a los agentes humanos.
La evolución del idioma español en Filipinas en las próximas décadas estará lógicamente ligada a la evolución del español en el continente americano y en el resto del mundo, además de a la situación general de la propia Filipinas. Va a ser esencial el papel que han de tener aquellos países de América Latina con quien Filipinas comparte, además de tímidos pero crecientes intercambios comerciales, sólidas alianzas políticas y profundas herencias culturales, con especial distinción en el caso de México. En Filipinas cuentan con embajadas abiertas México, Chile, Argentina, Panamá, Venezuela y, desde 2017, Colombia. En el momento en que se estrechen las relaciones entre América y Asia, que en tiempos pasados establecieron las naos de Acapulco y los galeones de Manila, Filipinas verá en su herencia lingüística hispana otro valor añadido en el que ejercer como contraparte natural de América Latina en Asia.
Finalmente, la importancia del español como parte consustancial del origen del estado filipino no desaparecerá mientras el propio estado siga siendo el mismo. En la bandera filipina figuran ocho rayos de sol, por las provincias en rebelión contra España en 1896. La Orden de Sikatuna, la más alta condecoración que otorga la República, tiene en su medallón el brazo de Legazpi, entrecruzado con el del líder indígena prehispánico del citado nombre, en recuerdo del pacto de sangre de 1565. Una simbología con la que el estado se nutre directamente de su pasado.
En este horizonte, el español es, y seguirá siendo, un testimonio de continuidad, tal y como dijera Teodoro Kálaw en 1931.

Notas

  • (1) Teodoro M. Kaláw, «Discurso de don Teodoro Kálaw», en Voz Española, 25 de julio de 1931, p. 64.Volver
  • (2) Javier Galván «El español en Filipinas», en Anuario del Instituto Cervantes 2006—2007. Madrid, Instituto Cervantes, 2006, pp. 163—165.Volver
  • (3) Copia de esta Real Cédula se encuentra en el Archivo Nacional de Filipinas. Sección Patronatos, SDS- 2016. Legajo 1686-1897.Volver
  • (4) Esta Real Cédula, que fue de aplicación en Filipinas, tuvo como efecto en los territorios americanos la revuelta de los comuneros en la actual Colombia. Sobre dicha aplicación ha escrito María Margarita Róspide en «La enseñanza del castellano en los reinos de Indias a través de la legislación real», en Investigaciones y Ensayos, 34, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1987, pp. 445-490.Volver
  • (5) Reales Decretos de 1772, 1774, 1776 y 1792. Citados en Nicanor G. Tiongson, Women of Malolos. Ateneo de Manila University Press, 2004, pp. 150—153.Volver
  • (6) El artículo «Algo es algo» de la revista La Solidaridad, publicado el 15 de abril de 1891 (Madrid, año III, n.º 53, p. 158), recoge someramente los detalles de esta cuestión. Fue firmado por Naning, pseudónimo del médico filipino Mariano Ponce.Volver
  • (7) Carlos Valmaseda, «Los orígenes españoles de la educación pública primaria en Filipinas», en Perro Berde. Revista Cultural Hispano—Filipina, 3 (2014), pp. 89—92. Tiongson, op. cit., p. 153.Volver
  • (8) María Dolores Elizalde, «Filipinas en las Cortes de Cádiz», en Historia y Política, 30 (2013), pp. 177—203.Volver
  • (9) Tal y como señaló el economista sueco Gunnar Myrdal, la Filipinas española era la colonia de Asia que más sobresalía en cuanto a atención a la educación de la población. Gunnar Myrdal, Asian drama: An Inquiry into the poverty of nations, Nueva York, Pantheon, 1968, vol. 3, p. 1633.Volver
  • (10) La absoluta similitud entre ambos textos fue demostrada en Jaime C. de Veyra, «The Constitution of Biak-na-Bató», Journal of the Philippines Historical Society, vol. I, n.º 1 (julio de 1941), pp. 3—11. La Constitución de Jimaguayú tenía un carácter revolucionario que aunaba los poderes legislativo y ejecutivo en una única entidad llamada Consejo de Gobierno. Desde septiembre de 2015 figura en el Registro Nacional del Programa Memoria del Mundo de la UNESCO.Volver
  • (11) A los alumnos de historia filipinos así se les presenta, por ejemplo en: Maria Christine N. Halili, Philippine History, Quezon City, Rex Bookstore, 2004, pp. 166—167.Volver
  • (12) Así lo recordaba el propio autor, en su manuscrito Historia de la Marcha Nacional Filipina, firmado en Cavite en junio de 1898. Otros compases se inspiraron en La Marsellesa y la Marcha Triunfal, de la Aida de Verdi.Volver
  • (13) Véase el artículo «The National Anthem’s predecessor and influences», en la página electrónica del Gobierno de Filipinas: http://malacanang.gov.ph/7815-the-national-anthems-
    predecessor-and-influences/
    . (Consultado el 12 de enero de 2018.) Volver
  • (14) Constitución de la República Filipina: decretada por la Asamblea Nacional de Malolos en su solemne sesión del 21 de enero de 1899, artículo 93, p. 36. El entrecomillado es nuestro.Volver
  • (15) Como, por ejemplo, «Filipinos», de Felipe G. Calderón, que incluyó en su obra Mis memorias sobre la Revolución filipina, Manila, Imp. de El Renacimiento, 1907.Volver
  • (16) Fernando Zapico Teijeiro, «El idioma español en Filipinas», en Filipinas en el siglo xxi, n.º monográfico del Boletín Económico de ICE, 3074 (2016), pp. 63—70 (esp. p. 64, n. 2).Volver
  • (17) Katrina Ross A. Tan, «Constituting Philippine Filmic and Linguistic Heritage: The Case of Filipino Regional Films», en Hsin—Huang Michael Hsiao, Hui Yew—Foong y Philippe Peycam (eds.), Citizens, Civil Society and Heritage—making in Asia. Singapur, ISEAS—Yusof Ishak Institute, 2017, pp. 137—162.Volver
  • (18) Andrew González, «The Language Planning Situation in the Philippines», Journal of Multilingual and Multicultural Development, vol. 19, n.º 5 (1998), p. 487.Volver
  • (19) Mauro Fernández, «La enseñanza del español en Filipinas», en Actas del XXXVI Congreso Internacional de la Asociación Europea de Profesores de Español. Extremadura en el Año Europeo de las Lenguas, Cáceres, Centro Virtual Cervantes, 2001, pp. 49-53.Volver
  • (20) Número de hispanohablantes citados en Agustín de la Cavada, Historia geográfica, geológica y estadística de Filipinas, Manila, 1876; citados en Revista de España, Madrid, año 20, n.º CXVI (mayo y junio de 1887), pp. 54—57; número de habitantes del Censo Oficial de 1887, citados en la Guía Oficial de las Islas Filipinas. 1898, p. 203. Cifras parecidas en Ricardo Collantes, «Presente y futuro de la enseñanza del español en Filipinas», Cuadernos del Centro Cultural, 4 (1977), Manila. Una referencia pasajera que hizo en 1885 el ministro español Manuel Becerra sobre 50.000 filipinos hablantes de español, es decir, apenas el 0,8%, puede deberse a que manejaba datos solo para Luzón. Sesión del 30 de junio de 1885. Diario de Sesiones de las Cortes, n.º. 185, pp. 5600.Volver
  • (21) Louis Vivien Saint-Martin, Nueva geografía universal. Barcelona, Montaner y Simón, 1881, vol. II, p. 436.Volver
  • (22) Dichas cifras deben tomarse con cautela, pues no incluían a los que hablaban español como segunda lengua, ni a los hablantes del español de la calle ni a los del chabacano. Añadirlos posiblemente elevaría en mucho la proporción de hispanohablantes. Las referencias a los censos de 1918 y 1939 están tomadas de Florentino Rodao, Franquistas sin Franco, Granada, Editorial Comares, 2012, p. 285. El número de habitantes totales, de «Population of the Philippines by Censal Year», en Census of Population and Housing Report. Manila, 1960, p. 1. Del mismo autor, Florentino Rodao, véase también «La lengua española en Filipinas durante la primera mitad del siglo xx», en Estudios de Asia y África, vol. XXXI, n.º 1 (1996), pp. 157—175.Volver
  • (23) Kálaw, op. cit., p. 10.Volver
  • (24) José Sedano, Voz Española, 25 de julio de 1931, p. 10.Volver
  • (25) Rafael Palma, «La mentalidad de la raza como resultado de la fusión de culturas e idiomas», Voz Española, 25 de julio de 1931, p. 7. Palma era el presidente de la Universidad de Filipinas (UPI) y de la Academia Filipina de la Lengua Española.Volver
  • (26) Ramón Muñiz Lavalle, Filipinas y la Guerra del Pacífico. Reportaje sobre la independencia filipina y el imperialismo asiático de los Estados Unidos. Madrid, Bolaños y Aguilar, 1936, p. 204.Volver
  • (27) Lourdes Castrillo Brillantes, 81 Years of Premio Zobel: A Legacy of Philippine Literature in Spanish. Macati, Georgina Padilla y Zóbel—Filipinas Heritage Library, 2006.Volver
  • (28) Republic of the Philippines (1949) Vicente Sotto Spanish Law. Circular #25, series 1949. Teaching of Spanish in the Secondary Schools.Volver
  • (29) Zapico, op. cit., pp. 64—65.Volver
  • (30) Republic Act n.º 1881 (Cuenco Law). Aprobada el 22 de junio de 1957.Volver
  • (31) Republic Act. n.º 709, 1952. Véase Clarence Paul Oaminal, «Congressman Miguel Cuenco», The Freeman/The Philippine Star, 29 de abril de 2014. Disponible en:
    https://www.pressreader.com/philippines/ the-freeman/20140429/
    281728382523055
    Volver
  • (32) Erwin Fernández, The Diplomat—Scholar: A Biography of Leon Ma. Guerrero. Singapur, ISEAS—Yusof Ishak Institute, 2017, pp. 207—208.Volver
  • (33) La Constitución no lo preveía, pero se modificó mediante el Decreto Presidencial número 155, de 15 de marzo de 1973. Volver
  • (34) Constitutional Comission, vol.. IV, p. 508 (10 de septiembre de 1986). Volver
  • (35) Constitutional Comission, vol. I, p. 96 (10 de junio de 1986).Volver
  • (36) Constitutional Comission, vol. III, p. 300 (14 de agosto de 1986).Volver
  • (37) Constitutional Comission, vol. III, p. 540 (20 de agosto de 1986).Volver
  • (34) Constitutional Comission, vol. III, p. 226 (12 de agosto de 1986). Referencia del comisionado Ople.Volver
  • (34) Constitutional Comission, vol. III, p. 192 (11 de agosto de 1986).Volver
  • (40) Communication 947, page 849. El vicepresidente era el insigne académico y escritor filipino Guillermo Gómez Rivera, que dirigió el último periódico en español de Filipinas, Nueva Era, que cerró definitivamente en 2008.Volver
  • (41) Constitutional Comission, vol. III, p. 206 (12 de agosto de 1986).Volver
  • (42) Constitutional Comission, vol. IV, p. 150 (1 de septiembre de 1986).Volver
  • (43) Rafael Rodríguez-Ponga (2009), «Nuevas perspectivas para la lengua española en Filipinas», Análisis del Real Instituto Elcano (ARI), 27 (2009). Volver
  • (44) Rodríguez-Ponga, op. cit., p. 2. Volver
  • (45) Los principales autores que se ocupan de este tema se citan en la página 73 del completo trabajo de Antonio Quilis y Celia Casado-Fresnillo, La lengua española en Filipinas. Historia. Situación Actual. El Chabacano. Antología de textos. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Anejos de la Revista de Filología Española, 2008.Volver
  • (46) Ley n.º 473, Revised Naturalization Law. Anteriormente era indispensable, además del inglés o el español, hablar o escribir una de las lenguas propias de Filipinas. Se desprende de la redacción actual que ahora es optativo: o inglés, o español, o uno de los idiomas de Filipinas. Consultado en http://immigration. gov.ph/index.php?option=com_content&task=view&id=206&Itemid=80 (el 12 de enero de 2018).Volver
  • (47) Republic Act 10360, firmada el 14 de enero de 2013 por el presidente Benigno Aquino. La provincia recibió dicho nombre para que complementara los otros con que había sido dividida en 1967: Davao Oriental, Davao del Sur y Davao del Norte.Volver
  • (48) El español. Una lengua viva. Informe 2016. Madrid, Instituto Cervantes, 2016, pp. 6 y 11.Volver
  • (49) Andrew González, «The Language Planning Situation in the Philippines», Journal of Multilingual and Multicultural Development, vol. 19, n.º 5 (1998), pp. 487-525 (esp. p. 518).Volver
  • (50) El número de estudiantes universitarios según la Comisión de Educación Superior de Filipinas están recogidos en «Philippines-Higher Education», disponible en:
    http://education.stateuniversity.com/pages/1202/Philippines-HIGHER-
    EDUCATION.html.
    (Consultado el 25 de enero de 2018). Volver
  • (51) Galván, op. cit., p. 163.Volver
  • (52) Carlos Juan, «El español en Filipinas. Viejos vientos, nuevos rumbos», Perro Berde. Revista Cultural Hispano-Filipina, 2 (2011), pp. 55-59. Wystan de la Peña, «La enseñanza del español en Filipinas. Repitiendo el experimento, recordando las lecciones», Perro Berde. Revista Cultural Hispano-Filipina, 2 (2011), pp. 60-65. Volver
  • (53) Zapico, op. cit., p. 67. Volver

No hay comentarios:

Publicar un comentario