LA CORUÑA.- Al celebrarse el 120 aniversario del final del “Sitio de
Baler”, y de la resistencia que durante 337 días sostuvo el destacamento
español en la iglesia del lugar, se recuerda que entre
aquellos soldados se encontraban tres gallegos: Vicente Pedrosa
Carballeda, nacido en Carballiño, Orense, soldado raso y de oficio,
jornalero. José Martínez Santos, natural de Almeiras, Culleredo, La
Coruña, era soldado raso y campesino. Bernardino Sánchez Caínzos, de
Guitiriz en la provincia de Lugo, soldado sanitario y de oficio,
labrador. A este último se le recordó durante años con una calle que
llevaba su nombre en la localidad de Guitiriz, hasta que recientemente,
la entonces alcaldesa del lugar, decidió quitarle la placa, por
franquista y dedicar la calle a “La Libertad.
Se celebran estos días diversos actos en recuerdo de la gesta de los
“Últimos de Filipinas”, destacando los propios actos que han organizado
las autoridades filipinas con ofrendas florales, honores militares y
escolares con banderas españolas y filipinas en el propio Baler.
En el momento de su estreno fue ampliamente criticada la la
película de Salvador Calvo, “1898. Los últimos de Filipinas”, que
pretende ser una revisión de la versión de Antonio Román, de 1945,
basada aquella directamente en el contenido del libro “El sitio de
Baler. Notas y Recuerdos”, escrito a su regreso a España por el teniente
Martín Cerezo que es una crónica detallada de lo ocurrido durante casi
un año en aquel lejano lugar.
Poca gente sabe que este libro fue
traducido al inglés, apenas publicado, y que durante décadas fue un
texto de lectura obligatoria en la Academia de West Point, en los
Estados Unidos, por considerarlo un ejemplo de moral militar y de la
resistencia que una guarnición cercada en una plaza mantiene su dignidad
sin rendirse y sin esperanza de socorro, como así ocurrió.
Segunda versión infame
La segunda versión de la película resultó indignante, ya que anula el sentido de aquella resistencia
y los ejemplos de dignidad de aquellos soldados, que se presentan como
unos pobres diablos resignados que no saben qué hacen allí, mandados por
jefes crueles y obsesivos.
Al contrario, como gran novedad se pone
especial acento no en la camaradería de los héroes, sino en los
desertores, que los hubo. Fueron 8, de los cuales 6 lograron huir y dos
fueron fusilados en los días finales del asedio.
Los propios filipinos realizaron dos versiones de este episodio de su
propia historia donde se trata a los españoles con más respeto y
objetividad. Como mostró en su día el propio presidente Aguinaldo, quien
en decreto dado en Tarlak el 30 de junio de 1899, dispuso, con respecto
a los supervivientes de Baler:
“Los individuos de que se componen
las expresas fuerzas, no serán considerados como prisioneros, sino por
el contrario como amigos y en su consecuencia se les proveerá por la
Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su
país”.
El mismo Emilio Aguinaldo, preguntado por su opinión personal sobre la defensa de Baler, dijo que le parecía “Muy heroica”.
Aquellos soldados estuvieron 337 días cumpliendo su deber, y
como no tenían bandera, la confeccionaron con unas casullas de los
monaquillos de la iglesia y unas telas de mosquitera. En Baler se
encerraron 57 soldados y tres religiosos e ignorantes de que España
había perdido las Filipinas rechazaron has nueve intentos de
negociación.
Pero el peor enemigo no fueron las balas tagalas,
sino el hambre y la disentería, por lo que las bajas de guerra
propiamente fueron las menos frente a los quince resistentes, incluidos
dos oficiales a los que se llevaron las privaciones. Hubo dos bajas por
las balas enemigos, seis desertaron y dos fueron fusilados al intentar
hacerlo.
Al final quedaron 33 resistentes, de los cuales tres eran
gallegos: Vicente Pedrosa Carballeda, do Carballiño, en Orense; José
Martínez Santos, de Almeiras, La Coruña y Bernardino Sánchez Caínzos, de
Guitiriz, Lugo.
El primero, jornalero; los otros dos, labradores. En el
conjunto del destacamento hubo ocho desertores (ninguno gallego); pero
sólo fueron fusilados por tales un cabo y un soldado. De los otros,
nunca más se supo.
Izquierda Unida y el PSOE de Cáceres, al mismo nivel de
ignorancia supina suprimieron “por franquista” hace ya años, la calle
dedicada a “Los últimos de Filipinas”. Y la alcaldesa de
Guitiriz, Lugo, Regina Polín, dejó sin calle por el mismo motivo el
soldado sanitario, natural del lugar, Bernardo Sánchez Caínzos que
falleció en los años veinte, y que ahora se llama “Calle de la
Libertad”. Por cierto, en 1898 Franco tenía 6 años.
Los supervivientes tuvieron que esperar hasta 1908 para que les fuera
concedida una pensión vitalicia de 60 pesetas mensuales. El ignorante
gobierno municipal de Cáceres (donde confundieron de paso un bronce con
el escudo de los Reyes Católicos con el de Franco, que retiraron y luego
(¡tras estudio!) tuvieron que reponer, no sabían ni se enteraron que
sólo 13 de aquellos soldados sobrevivieron a la guerra civil y tres de
ellos fueron nombrados tenientes honorarios en 1945.
Testimonio de un superviviente
El sevillano Alberto Sevilla, en una de las críticas a la nueva
versión de la película, recoge el testimonio de una carta entre dos
supervivientes de aquella gesta, cuya reproducción lo dice todo:
“José Hernández Arocha, el héroe tinerfeño de Los últimos de
Filipinas, escribió, 21 años después, a un camarada superviviente de
Baler, el mallorquín Antonio Bauza Fullana. En la misiva, le dice el
canario al balear:
"Tú sabes muy bien que durante los 11 meses que
duró nuestro martirio que es increíble, éramos los amigos inseparables,
que nos contábamos nuestras penas, nuestras desdichas, nuestros
sufrimientos, nuestras calamidades y nuestras amarguras ¡que eran muchas
por desgracia!
Me dices en tu carta que soy un héroe y que debo estar entre
laureles porque es la flor con que debo estar adorado; tú también, amigo
Fullana, debes estar aún más que yo entre laureles, porque fuiste un
héroe de verdad, un valiente y un mártir de nuestra patria.
Yo recuerdo, amigo Fullana aquél triste y amargo día en que
hallándose el destacamento muerto de hambre, dispuso nuestro Jefe don
Saturnino Martín Cerezo (dices muy bien en tu carta) el mil veces héroe y
mártir de la Patria, una salida al bosque de uno de nosotros para ir en
busca de unas hojas de calabacera para poder comer aquel día tan amargo
y tú al oír que era menester que uno se separara (lo que nunca) de
nuestro lado, para traernos que comer, dirigiéndote al Teniente te oí
decir: "mi Teniente, yo voy en busca de comida para V. y para el
destacamento; sí muero, bien está, es por mi patria, pero si escapo
viviré satisfecho de haber salvado la vida de todos mis compañeros". Y
concluye nuestro paisano: "Ven lo antes posible a verme que quiero
abrazarte. No sé si tendré fuerzas para ello porque estoy muy viejo pero
me conformo con que tú me abraces y entonces los dos juntos, eso sí que
tengo ánimo para hacerlo, daremos ese grito que tú dices quieres
repetir y que mientras viva no lo olvidaré jamás y aún antes de morir si
tengo alientos lo gritaré: ¡Viva España!”
José Hernández Arocha. Taco (Tenerife) 19 Octubre 1912»
(Publicado por La Opinión de Tenerife)
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